Durante la preparación de la conferencia, además de contrastar la traducción de La historia
Leyendo en el castillo Blutenburg |
Carpeta de apuntes es una obra imprescindible para todo aquel que quiera conocer un poco mejor a Michael Ende. Incluye notas para posibles relatos, escenas teatrales, cuentos, poesía, cartas, anécdotas, pensamientos... Casi parecía tenerle al lado mientras iba pasando las páginas y mantuve secuestrado aquel ejemplar cerca de tres meses hasta que por fin encontré el título a la venta en una librería de Madrid donde últimamente siempre terminan llevándome las búsquedas de tesoros, Libros Alcaná.
Portada del original en alemán |
Me gustó mucho cuando nos cuenta por qué en casi todos sus libros aparece una tortuga. De entre todas las razones que cita, os dejo con esta: «¿Han mirado alguna vez directamente a la cara a una tortuga? Sonríe. Parece saber algo que nosotros no sabemos.»
Habla de la obra de su padre Edgar Ende, del mundo del teatro, de qué se debe hacer si se quiere ser un artista con éxito, la imagen del mal en la literatura, de la reencarnación... Y escribe «Lo primero que dice cualquier ángel cuando se le presenta a alguien es: "No temas"» ¿No os suena de algo? Volved a la entrada anterior y mirad el caparazón de Casiopea en su tumba... Entre las páginas encontramos también una entrevista de José Luis Merino, a la que hace referencia este artículo del escritor español hace dos años.
Seguimos con el realismo como convención, la obsesión por el orden de los suabos, sobre cambiar el mundo, lo típicamente alemán y me reí muchísimo con Hojas de parra, que comparto con vosotros:
Recuerdo mi primera visita a la colección de antigüedades clásicas de los museos del Vaticano. De eso hace ya algunas décadas. Se les había quitado el pene a todas las estatuas masculinas, y puesto en su lugar, muchas veces con poquísima habilidad, una hoja de parra de escayola. Semejante ñoñería producía el efecto diametralmente contrario: la impresión era de una indescriptible obscenidad. A mí –y seguramente no sólo a mí- me vino automáticamente la pregunta de adónde habrían ido a parar todas las piezas que faltaban.
¿Se había formado allá abajo, en el patio, un gran montón de penes marmóreos de todo género y tamaño, que fueron después transportados en carretillas y, al amparo de la noche, enterrados en algún hoyo de los jardines del Vaticano? ¿Y tal vez, incluso, por diligentes monjitas, de las cuales la una o la otra se guardó subrepticiamente un recuerdo? ¿O colocaron las susodichas piezas en unos aposentos secretos, en largas estanterías, clasificadas limpiamente por tamaños y procedencias y con una pequeña cartulina atada alrededor de cada una, accesibles sólo a visitantes privilegiados? ¿Había un guardián especial para vigilarlas? ¿Y cómo designaría éste el trabajo que ejercía?
Parece que, con el tiempo, en las altas esferas se echó de ver que el tiro les había salido por la culata.
La última vez que visité el departamento de antigüedades clásicas, la mayoría de los penes habían vuelto a su lugar de origen, habían sido restaurados por así decir. Sin embargo, queda pendiente la pregunta: ¿dónde han estado entretanto? ¿O habrán confeccionado otros nuevos?
Leyendo Carpeta de apuntes en Mittenwald |
Pero uno de los textos que más me impresionó de todos fue en el que relata cómo vivió el final de la guerra. Todavía se me pone la piel de gallina cuando lo releo. Creo que es el más extenso, pero me alegro de que Ende compartiera con nosotros desde que se le llevaron con once años a un campo por ser miembro de una familia «no fiable políticamente» hasta que por fin terminó la Segunda Guerra Mundial:
Al día siguiente, 30 de abril, llegaron los americanos.
Yo estaba en Solln, al borde de la carretera, a mi alrededor unos niños pequeños, poca gente mayor, casi sólo mujeres. Había un gran silencio, nadie hablaba. Se oía el piar de los pájaros y brillaba el sol. Entonces se fue acercando, desde lejos, el ruido de los tanques. En contra de lo que se esperaba, no llegaba del norte, o sea, de la ciudad, sino del sur. Así que tenían que haber bordeado la ciudad y ahora se dirigían a ella.
Y entonces vi por primera vez soldados americanos: muchachos jóvenes, negros y blancos, sonrientes y bien alimentados, repantigados indolentemente en sus jeeps, con uniformes que me parecieron increíblemente chics. Uno llevaba cosido a la espalda de su traje de combate una pin-up-girl, las piernas de ella paralelas a las piernas de él. De sus altavoces salía música de jazz. Nos echaron chicles y yo pude coger uno. Sabía a canela. Era el primer chicle de mi vida.
Había terminado la guerra. Regresé a casa.
Cuando terminé la lectura, se me pasó por la cabeza si habrían publicado todas aquellas notas personales de Michael Ende sin el consentimiento del autor, es decir, tras su muerte, porque la edición española es de 1996, pero entonces comprobé que el original salió en Alemania un año antes del fallecimiento del autor. Danke schön, Michael.
-Si tú cambias con cada experiencia que haces -le preguntó en una ocasión el maestro Muto a uno de sus discípulos-, ¿qué es lo que en ti permanece invariable?
-La manera de cambiar constantemente -respondió.
Ende, Michael. Carpeta de apuntes (Michael Ende's Zettelkasten: Skizzen & Notizen, 1994). Alfaguara: Madrid, 1996. Traducción de Carmen Gauger (aparición del nombre en la portada).
Para leer la cuarta y última entrada sobre la traducción de La historia interminable, clica aquí.
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