El segundo reto profesional al que me enfrenté este año fueron unos cuentos navideños escritos en el siglo XIX, dos de Louisa May Alcott, y Un juego extraño de Navidad de Charlotte Riddell. Un reto muy agradable que acepté con ilusión porque me gustan mucho estas fiestas y, como a otras lectoras, me encantó en su momento la historia de Mujercitas. Un honor también figurar en esta antología al lado de traductores tan reconocidos como Francisco Torres Oliver o Concha Cardeñoso, ganadora del XIII Premio Esther Benítez en 2018.
Al ser relatos antiguos y de una escritora tan famosa, supuse que ya estarían traducidos al español, pero cuál fue mi sorpresa al descubrir que Una Navidad en el campo no se había publicado nunca en nuestro idioma, o al menos no recientemente, porque no hay prueba digital de su existencia. En el vídeo que he subido a mi Instagram os cuento algunas de las dificultades de esta traducción, como el habla del campo en la zona de Vermont, comidas y tradiciones del siglo XVIII o prendas de ropa desaparecidas hace más de cien años. También podréis oír un fragmento en el especial navideño de Viaje Alternativo. Si leéis esto a tiempo, os aviso de que en ese vídeo también sorteo un ejemplar de este título entre el 18 y el 24 de diciembre de 2020.
Un sueño navideño y cómo se hizo realidad es el otro cuento de Louisa May Alcott que aparece en este libro y el primero que traduje de los tres que me encargaron. Una niña acomodada está harta de la Navidad porque siempre es lo mismo y le aburre, pero esas fiestas van a ser diferentes y le aguarda una bonita sorpresa. Un relato precioso que me transportó a mi infancia y me hizo pasar un par de días muy especiales. A pesar de estar traduciéndolo en verano, la sensación acogedora de la atmósfera creada por Louisa May me llegó con cada línea.
Sin embargo, hubo un momento en el que se me planteó un problema ético. En un par de ocasiones se referían siempre a los criados como personas negras y daba la impresión de que ambas cosas iban implícitas, pero no dejaba de estar en Estados Unidos en pleno siglo XIX y debía tenerlo presente. Luego apareció el nombre «Dinah», que no era el nombre real de la criada, sino uno general que se le daba a todas las mujeres negras que se encargaban de cocinar y otras tareas de la casa.
En el país de los juguetes aparecen «muñecas negras guisando en las cocinas» y más adelante «una refinada muñeca parisina en su carruaje recogía a una criada de estambre negro que iba cojeando con un cesto de ropa limpia...». Todo me parecía muy ofensivo porque las muñecas bonitas y elegantes se daba por supuesto que eran blancas mientras que las criadas siempre iban acompañadas de la palabra negra o directamente ese nombre racista, Dinah. Pero esa es nuestra labor como traductores, ser invisibles en el texto y trasladar a nuestro idioma las palabras y el sentido del original.
De todos modos, luego me quedé un poco más tranquila al entender que la escritora intentaba tratar amablemente a los negros y defendía la abolición de la esclavitud, y supongo que en su época debía de estar muy interiorizada esa manera de hablar, que al fin y al cabo reflejaba la realidad de ese país en esa época. Como dice Irene Vallejo en su libro El infinito en un junto: «Sentir cierta incomodidad es parte de la experiencia de leer un libro; hay mucha más pedagogía en la inquietud que en el alivio. Podemos hacer pasar por el quirófano a toda la literatura del pasado para someterla a una cirugía estética, pero entonces dejará de explicarnos el mundo». Si somos capaces de ver esas actitudes con las que no estamos de acuerdo e iniciar un debate sobre el pasado y compararlo con nuestro presente, ese libro ya nos habrá dado algo positivo aunque dijera algo negativo, ¿no crees? Por eso me niego a censurar Caperucita Roja o Lo que el viento se llevó, que por cierto uno era mi cuento preferido de pequeña y la otra mi película favorita con mi abuela en Navidad.
Varios autores. Cuentos de Navidad. Alma Clásicos Ilustrados: Barcelona, 2020. Varios traductores. Ilustraciones de Giselfust.