Pero el viernes pasado, al subirme al coche, este no arrancó. Demasiados días parado y muchos años de trote... Mi taller se encuentra a escasos metros, pero está cerrado, así que llamé al teléfono de la esperanza (mi seguro) para que lo vinieran a arrancar. «Vas a tener que salir a la autovía —me dijo el de la grúa—, porque sino se te va a volver a parar». Con temor a que me detuviera la policía, aunque llevaba mi resguardo como justificación, salí del pueblo. A los pocos metros, los árboles, que me habían parecido desde mi terraza más verdes de lo normal, ahora me saludaban con su lozanía y frondosidad. ¡Qué esplendor de verdura! ¡Y las flores! ¡Explosión de colorido! El impacto que recibí fue como haber vivido siempre en blanco y negro, y de pronto estar en una película en Technicolor.
No sé si mi percepción de esta magnífica primavera, que empezó justo hace un mes,
Foto de 2016 en los campos de Cetina |
Estos meses me habría tocado estar igualmente enclaustrada por la traducción que tengo entre manos, la más complicada de mi carrera profesional, pero a partir de mayo, cuando la haya entregado, ¿podremos ya salir aunque sea a respirar aire puro, a pasear por el campo de forma individual, a pedalear por esos caminos en los que ya antes no me cruzaba con nadie? Ojalá. Sería un bonito regalo de cumpleaños.