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Ejemplar de la Biblioteca de Cetina |
No entraba a la Biblioteca de Cetina desde mi infancia y, después de más de veinticinco años, regresé hace unas semanas. Allí seguían los libros de entonces. Elena, la bibliotecaria, me contó que no quiere deshacerse de los ejemplares antiguos como hacen en otras bibliotecas, quiere que los usuarios sigan encontrándose esos tesoros en Cetina.
¿Recordáis la colección naranja y roja que Juvenil Alfaguara publicó en los años 80? Estaba dirigida por Michi Strausfeld, una editora a la que debemos agradecer el descubrimiento de estupendos títulos alemanes de autores como Michael Ende o la austríaca Christine Nöstlinger, pero también otros clásicos como
El mago de Oz,
Una arruga en el tiempo o
Las crónicas de Narnia, que trajo para todos los niños españoles.
Mirjam Pressler es una de las autoras por las que apostó para esta colección. En 1980 ganó el premio Oldenburg de Literatura Juvenil con
Chocolate amargo, su obra más conocida, y por lo que he leído, en sus novelas suele tratar diferentes conflictos con los que tienen que lidiar los jóvenes, tales como acoso escolar, marginación, problemas en su familia, con los hermanos, con los padres, por penurias económicas, cambios en su cuerpo... Temas tan actuales en los años ochenta como en la actualidad.
Gatos de noviembre está escrita en 1982, pero podría ser la historia de cualquier niña del siglo XXI. Ilse tiene cuatro hermanos, pero la mayor, Marga, está con la abuela. El resto vive sólo con su madre porque el padre les dejó en la estacada para formar otra familia y se desentendió de sus primeros hijos. La abuela paterna de vez en cuando les da dinero, pero aun así no llegan a fin de mes y encima hay otro niño en camino, fruto de los escarceos de la madre con un hombre que en cuanto se entera del embarazo no quiere saber nada más de ella.
«Nadie quiere a los gatos de noviembre, no sirven para nada», dice la madre de Ilse cuando la niña
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El punto de libro que me acompañó en esta lectura.
Pel & Rous, comprado en El Gato de Cheshire, Zaragoza. |
encuentra una gatita hacia el final del libro. Ilse es como uno de esos gatos de noviembre. No tiene a nadie que la quiera. Su madre siempre preocupada por su aspecto, por el dinero o los hombres; su abuela, cuida de su hermana mayor, que vive cómodamente en casa de la anciana, con habitación propia, vestidos nuevos y buena comida. Sus hermanos, son unos machistas y unos vagos, que no ayudan en casa y dejan para ella todas las tareas, además de pensar que es tonta de remate; y los niños en el colegio se burlan de ella.
Una novela juvenil con escenas muy crudas como estas:
La madre manda al hermano a comprar y este responde:
—La comida y la compra son cosas de mujeres. Que vaya Ilse.
—Ya lo has oído —dice la madre—. Te ha tocado, Dieter se niega.
—No me da la gana, que vaya él.
—Irás tú y punto —grita su madre.
Ilse encoge la cabeza y se protege el rostro con los brazos.
—No.
Su madre, en ese momento empuña un cucharón, le lanza un golpe que alcanza el brazo izquierdo de la niña. Enarbola de nuevo el cucharón y lo descarga sobre la mejilla derecha. Ilse llora.
—¿Has cambiado de opinión?
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—Thomas no vendrá hoy. Su hermana se ha muerto esta noche.
Tenía dos años y medio. Hace dos días cogió del fogón una cazuela llena de agua hirviendo, se la tiró por encima y se abrasó.
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—¡Déjame! —susurra Ilse—. ¡Déjame!
—¡Cállate! —replica Bruno (un vecino de la edad de su hermano mayor)—. No voy a hacerte nada.
Él le baja las bragas y la toquetea. El terror la paraliza. Ilse no sabe qué pretende con esos manoseos. Sin embargo, de una forma oscura, lo intuye. Desea con toda su alma que su madre se encontrara allí, pero no está y ella no podrá contárselo. Hay cosas que no se cuentan y esta es una de ellas.
De repente todo termina. Bruno retira la mano.
—Mantén la boca cerrada. Si te vas de la lengua, te daré una paliza de muerte.
Pero también hay escenas que nos trasladan un poco al pasado, porque ya no existen los deshollinadores, ¿verdad?
Cuando uno se topa con un deshollinador, tiene que coger algo negro y formular a la vez un deseo. Si a continuación se cruza con tres personas con gafas, el deseo se cumple.
Esto me recordó a lo que solía hacer de pequeña, pisar sólo determinados dibujos de la acera, por ejemplo, para tener buena suerte o confiar como Ilse en que si pasaba algo determinado, se cumpliría un deseo. Había muchas niñas de mi edad que hacían lo mismo.
Ilse lo que pide en esa ocasión es tener una capa para ser invisible porque la humillan sus compañeros.
Pero no existen los cuentos. Ni las hadas. Lo único real es que está en el colegio, sentada al lado de Marion.
Dentro de todo, a pesar de su vida tan triste, tiene algunos momentos de cariño con la abuela, aunque sean muy breves, y parece que una profesora está interesada en ella, pero no esperéis un final feliz, porque esta novela refleja la cruda realidad de una niña, que si sale bien adelante, será una superviviente.
«Mi infancia fue realmente muy dura y tuve que defenderme, tuve que poner un límite que asegurara mi espacio, por eso las cosas que hacen mis personajes no me resultan tan horribles.», dice la escritora en una entrevista que le hace la revista Babar.
«Gatos de noviembre retrata el momento de mi vida que pasé con unos padres adoptivos que, a su vez, estaban criando a cuatro nietos, los cuatro personajes del libro. Los niños eran hermanos: una de las niñas era guapa, buena y le salía todo bien. La otra era todo lo contrario y los otros dos eran chicos. Después llegué yo. Nos llevábamos muy poco tiempo los unos con los otros, habíamos nacido en el transcurso de 5 años, y esta segunda niña que sufría mucho por ser menos agraciada, la más pequeña, se desahogaba conmigo. Ya desde muy pequeña entendí por qué pasaba lo que pasaba y siempre quise escribir un libro sobre esa niña. Cuando llegó el momento y me puse a ello, las ideas y las palabras comenzaron a salir, así que al final quedaron los cuatro personajes: la niña guapa, los dos chicos y una niña pequeña, que terminó siendo una mezcla de esa segunda niña poco agraciada y de mí misma.»
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Mirjam Pressler |
Y esta escritora, además es traductora, por lo que me gustaría compartir también esta respuesta de la entrevista respecto a su método de trabajo:
«Cuando traduzco, que también lo hago mucho, soy muy metódica y disciplinada, quiero decir, sé la fecha en la que lo debo entregar, las páginas que tengo que traducir y los días de que dispongo. Cuando escribo el proceso es totalmente diferente. Sólo escribo cuando realmente tengo ganas y, normalmente, una vez que empiezo, es como si estuviera poseída y no pudiera parar. Luego el proceso de cada libro es completamente distinto. Por ejemplo, en Si llega la suerte…fue un encargo que me hicieron para que escribiera una autobiografía de unas 6 u 8 páginas, y ya ven, se convirtió en una novela… Nunca sé en qué se va a convertir la historia en la que trabajo. En las últimas obras, mi forma de escribir ha sido la siguiente: tengo un despacho en la planta baja con todo: ordenador… Escribo algo en el ordenador, lo imprimo y me subo al piso de arriba, a un rincón maravilloso que tengo allí, y me siento, a veces incluso me tumbo, y empiezo a leer, a tachar, cambiar y escribir con lápiz, a veces incluso sigo escribiendo con el mismo lápiz en un bloc que llevo… Vuelvo a bajar, me siento delante del ordenador, cambio, añado o quito, lo imprimo de nuevo y subo. Así todo el rato, de arriba abajo…»
Pressler, Mirjam.
Gatos de noviembre (Novemberkatzen, 1982). Alfaguara (Altea, Taurus): Madrid, 1987. Traducción de Rosa Pilar Blanco.