23.9.15

Dos de Matute

Para la segunda mitad de este verano escogí dos lecturas de Ana María Matute: Una de su primera época, escrita en 1969, Paulina; y otra del año 2000, Aranmanoth. Muy distintas entre sí, no sólo por la temática sino por la forma en la que están redactadas, pero a la vez con algo en común, emanan tristeza, nostalgia. Ambas de segunda mano, la primera me la regalaron con la compra de otro libro y la segunda la rescaté de una biblioteca cuando se iban a deshacer de ella.

Paulina tiene diez años y nos cuenta el momento de su vida en el que la llevan a vivir con sus abuelos a las montañas. Me pareció una lectura ideal para el pasado agosto, cuando yo misma estaba a punto de emprender un viaje al campo. 
Es una historia tranquila, sin muchos altibajos, más bien lineal, sobre la relación de la niña con Susana, la prima hermana de su padre, con la que vivía hasta la fecha; con sus abuelos, que echan de menos a sus hijos, los niños del pasado a los que ya no ven nunca; con Nin, un niño ciego del que se hace amiga y enseña a leer... 
Me hicieron gracia algunas expresiones como «hacía un frío muy grande» o «me quedé como quien ve visiones», es decir, alucinada. Bonita comparación de las paredes de las casas con el turrón de Alicante para describir similares a en la que se apoya el libro de la fotografía. 

No todo el mundo era no hacer mal, sino también no dejar de hacer bien.

Orso es seducido por un hada del agua y de la unión de aquel instante de pasión nace una criatura
entre dos mundos, Aranmanoth, el Mes de las Espigas, un hermoso joven, al que un día lleva ante su padre un anciano. El chico se queda con él hasta que Orso tiene que marcharse a cumplir una misión por orden del conde y deja a su hijo de guardián de su pequeña esposa, una niña llamada Windumanoth. Como era de esperar, los jóvenes, que pasan años en compañía el uno del otro, terminan enamorándose y la historia, a mi pesar, acaba en tragedia.

En ocasiones, ni siquiera la memoria de los humanos o su proceder se corresponden con la edad que les adjudican los manipuladores del tiempo.

Ninguna de las dos historias llegó a engancharme del todo, pero sí me gustó la forma en la que están escritas, a pesar de que ambas emanan tristeza y nostalgia. Prefiero los finales felices, esos libros que te dejan un buen sabor de boca, una sensación positiva, una sonrisa.

Añado este documental sobre ella, La niña de los cabellos blancos, por si queréis conocer mejor a la autora.
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