El libro no comienza con la llegada de tres austronautas norteamericanos a un planeta desconocido, sino con el hallazgo de una botella que contiene la historia de Ulises, uno de los viajeros por el espacio.
Cuando los tres hombres llegan a Soror, creen que se encuentran en Betelgeuse. Al principio todo parece indicar que la atmósfera es similar a la Tierra, aunque aquí se distinguen tres soles. Los humanos en Soror van siempre desnudos, en la película por supuesto llevan taparrabos, hecho que no tiene lógica porque estos seres no piensan y por lo tanto, no sabrían cómo hacer estas prendas.
La cuestión del idioma también es más lógica en la novela. Los monos, por supuesto, no hablan francés, sino que tienen su propia lengua, que Ulises aprende mientras está en cautividad. Y es después de este tiempo enjaulado cuando toda la trama se desarrolla de manera muy distinta a la del film.
Zira descubre que Ulises tiene alma, a diferencia del resto de humanos, y ha aprendido su idioma. Junto a Cornelius (no sé por qué en la versión doblada lo llamaron Aurelio) convence a los orangutanes para presentar su descubrimiento delante de todos los simios. Cuando Ulises da su discurso, queda en libertad y poco a poco le van enseñando más cosas de la sociedad simia.
Los chimpancés hacen experimentos con los hombres, así como nosotros en la realidad hacemos con ellos y ese fragmento de la historia para mí fue el más espeluznante de toda la novela. Van presentando diferentes casos prácticos, hasta que llegan a una pareja de humanos a los que les han activado la memoria genética y entonces la mujer explica -como si fuera una grabación del pasado- por qué la especie humana ya no domina el mundo y por qué han dejado de hablar.
Para terminar, el final apoteósico de la película de 1968 tampoco tiene nada que
Ilustración de Paolo Rivera |
Boulle, Pierre. El planeta de los simios (La planete des singes, 1963). Ediciones Orbis: Barcelona, 1985. Traducción: Joaquín Rodríguez.
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