Celia Filipetto, traductora de
La princesa prometida, lleva en esta profesión más de treinta años y entre los autores que ha traducido se encuentran Brian Aldiss, Clive Barker, Gene Wolfe, Fritz Leiber, Isaac Asimov o Michael Moorcock.
¿Por qué escogiste ser traductora literaria?Yo quería hacer medicina pero mis padres no me podían pagar los estudios. Como tenía buen nivel de inglés acabé matriculándome en traducción en la Universidad de Buenos Aires. Entonces era una carrera corta y se podía compatibilizar con un trabajo. Recuerdo que cursé más de la mitad de la carrera como alumna libre, porque había
numerus clausus y en los sorteos nunca me tocó plaza de estudiante regular.
¿Cómo conseguiste entrar en el mundillo editorial que a veces resulta tan cerrado?
Hace muchos años, a los pocos meses de llegar a Barcelona, conseguí que Rafael Andreu, encargado de edición de Martínez Roca, me hiciera la primera prueba de traducción. Tenía experiencia profesional como traductora jurídica y jurada. Lo poco que había hecho de traducción literaria eran las prácticas de la facultad. Me faltaba mucho oficio. La prueba que hice no me salió demasiado bien, pero Andreu consideró que mi nivel de inglés era bueno, que redactaba aceptablemente bien en castellano y me ofreció mi primer libro, un texto de divulgación, menos comprometido que uno de narrativa. Y aquí estamos.
¿Qué le aconsejarías a alguien que quiera dedicarse a traducir libros?
Que se lo pensara bien. Que no encarara el trabajo de traducir con romanticismo. Es un oficio con muchas cosas positivas: no tienes jefes, trabajas en casa, haces todos los días lo mismo, aunque con mucha variedad, porque cada libro es un mundo, se aprende mucho, pero exige mucha disciplina y mucho tesón. La parte negativa: hay que dedicarle muchas horas, la compensación económica es escasa, casi nunca va ligada a la destreza y la experiencia, el reconocimiento tampoco es excesivo. En general, debes pasarte muchos años traduciendo para que alguien te diga que lo has hecho bien. Al aspirante a traductor le diría también que tuviera en cuenta que el colectivo de los traductores es de lo más variopinto, muy disperso y muy poco luchador.
¿Cuáles son tus novelas preferidas?
Me gusta un poco de todo. Dorothy Parker, Ring Lardner, James Thurber, Flannery O’Connor (de estos tuve el gusto de traducir algunos relatos), Francis Scott Fitzgerald, Muriel Spark. Los cuentos de terror de Clive Barker me dieron realmente miedo. En una época leí muchas de las obras de Cesare Pavese y Dino Buzzati. Los cuentos de Cortázar son magníficos.
Persépolis, los cómics de Marjane Satrapi me parecieron estupendos.
Soy leyenda de Richard Matheson, qué angustia se pasa.
Flores para Algernon de Daniel Keyes y
El percherón mortal, de John Franklin Bardin son auténticos
page-turners, al menos para mí.
¿Alguna vez has rechazado un encargo porque no te gustaba la novela?
He rechazado traducir algunos libros, pero no porque no me gustaran, sino porque no me veía traduciéndolos. No eran para mí.
¿Has tenido contacto con algunos de los autores que has traducido?
Sí, con tres de ellos.
A lo largo de tu carrera, te has topado varias veces con el género fantástico, ¿cómo ha sido esta experiencia?
Si los libros están bien montados y las historias, bien hiladas, la experiencia de traducirlos siempre es buena, sea cual sea el género.
También has traducido tebeos como los de Spiderman, ¿en qué se diferencian básicamente estos dos tipos de textos al traducirlos, además de la brevedad del cómic, por supuesto?
La traducción de tebeos plantea muchos de los problemas que se encuentran en otros textos con el añadido de que hay que ceñirse al espacio del bocadillo. Hay que tener cierta gracia para los diálogos, manejar el argot de la lengua de partida y sintetizar lo más posible.
Cuando te encuentras con una referencia cultural, ¿cómo la sueles resolver? ¿Eres de las que lo adaptan al contexto español o prefieres encontrar una solución neutra?
Ya lo dijo Jarabe de Palo: depende. Depende del texto, de la referencia cultural, del público al que está destinada la traducción. Lo primero que debemos hacer los traductores es reconocer la referencia cultural, porque si no, la pasaremos por alto y no podremos decidir qué hacer con ella para que la versión sea más efectiva. Ese desconocimiento puede incluso hacer que metamos la pata. Nos ha pasado a todos alguna vez.
¿Cuál ha sido el libro más difícil que has traducido? ¿Por qué?
Los juegos de palabras de algunos cuentos de James Thurber y Ring Lardner me dieron bastante trabajo.
El búho que era Dios de Thurber planteaba unos problemas de traducción interesantes. En el relato aparecen distintos animales del bosque y se utilizan sus voces en varios diálogos. Y esas voces tienen, además, otros sentidos. Me divertí mucho con esta traducción. Eso sí, no me quedó más remedio que cambiar algunas palabras para mantener el juego.